Este es el último de los relatos sobre los recuerdos fareros de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, farero en algunos de los faros del levante español. Con la quinta historia sobre su infancia en un faro, nos trasladamos de nuevo al faro de Columbretes.
Juan Ángel nos contextualiza sus recuerdos para que nos sea más fácil entender el trabajo de su padre: sus horarios, tareas, etc. y por ende, del resto de fareros. Preparaos para saber qué le ocurrió…
En aquel momento los turnos se realizan de la siguiente forma: un mes en el faro, un mes en casa. Esto no afecta a los suplentes, porque para eso había dos fareros y dos ordenanzas destinados en el faro de Columbretes y entre ellos cubrían el servicio, pero las vacaciones y permisos si las cubría el suplente. Un año (1967) el técnico que estaba de turno pidió 10 días de permiso en Semana Santa. Y le corresponde ir a mi padre a cubrir las vacaciones.
Semana Santa (años 60)
Mandan a Juan Trillo a cubrir una suplencia al faro de Columbretes y decide ir a acompañado de su hijo Juan Ángel.
Apenas llevan una semana en la isla cuando una mañana llega un pequeño velero de madera con dos tripulantes. Éstos echan el ancla y bajan a tierra, se presentan a los fareros; les explican que es el viaje inaugural y que el barquito aún no tiene todos los papeles, pero como son de Madrid y no les quedan muchos días para volver, han decidido venir de todos modos. Pasan el día en la isla y al anochecer vuelven al barco.
En el faro de Columbretes se encuentran en ese momento: el farero y un ordenanza que se llama Agustín Albiol (un pescador que conoce muy bien la zona). Los tripulantes le preguntan a Agustín qué dónde pueden anclar el velero para pasar la noche y éste les explica que dentro de la bahía hay una zona de fondo pedregoso y otra de fondo arenoso y que deben fondear en la parte pedregosa. Como los tripulantes no son capaces de entender las instrucciones verbales y ya está bastante oscuro, quedan de acuerdo en que volverían al barco y Agustín con una linterna iluminaria el lugar adecuado. Y eso hacen…
Alrededor de la 1 de la mañana, el farero y el ordenanza se sorprenden ante la insistencia de golpes en la puerta del faro. Se trata de los propietarios de la embarcación (los dos madrileños). Tras secarse y ponerse la ropa que le prestan tanto el farero como su ayudante, y curarse las pequeñas heridas que tenían, los dos hombres cuentan lo que les ha ocurrido: «unas horas después de echar el ancla, se levantó mar y pensaron que el lugar donde estaban no era seguro, así que buscaron otro sitio donde el mar no diera tan fuerte, pero por desgracia, el fondo era arenoso y el ancla se soltó y el barco acabó colisionando con las rocas».
El temporal siguió toda la noche y cuando amaneció todos los hombres fueron al lugar donde había encallado la embarcación. El resultado era sorprendente. Las fuertes olas habían desplazado el barco dejándolo encajado sobre una roca a unos dos metros de altura. Era una zona de difícil acceso y los fareros vuelven al faro a por cuerdas para descender. Tras bajar a la roca, descubren el estado en el que se encuentra el barco. Sólo tiene una vía en el casco. Deciden coger los utensilios que quedan sin dañar, tales como: cañas de pescar, baterías, el barómetro, unas colchonetas, un tomavistas, etc. y emprenden el camino de regreso al faro para pedir ayuda por radio. Debo confesar que este episodio no lo recuerdo muy bien, porque cuando llegamos me recosté sobre una roca… y me dormí. (Que quieres, solo tenía 10 años y nos habíamos acostado muy tarde).
Después de comer, los tripulantes del velero acompañados por el farero y el ordenanza deciden volver al lugar donde se encuentra la embarcación. Conforme se van acercando por la abrupta costa divisan unos tablones en medio de la bahía. Sus pensamientos más negativos se confirman al llegar al lugar dónde vieron por última vez el flamante barco de recreo. Todo lo que encuentran son tablones partidos, el mástil hecho añicos, etc.
Continuará…