Los recuerdos de la infancia de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, {farero en algunos de los faros del levante español} nos parecieron muy interesantes y por ese motivo nos decidimos a compartirlos. Ésta es la segunda y última parte de la cuarta historia que nos contó sobre su infancia en un faro. En la anterior entrada, dejamos a nuestros amigos tras arribar a las islas Columbretes. Vamos a averiguar que le ocurría al faro de Columbretes.
Fallo en el faro de las islas Columbretes (II)
El faro funciona correctamente, simplemente había algo de neblina en la zona y como los de la isla no tenían nada que comunicar, tenían la radio apagada. Así que nos volvemos a casa, pero la mala suerte vuelve a cebarse con nosotros y ocurre lo que todos os estáis imaginando. Debido al exceso de horas de viaje el barco se queda sin combustible; pero no sólo eso, sino que algún marinero inexperto o por desidia olvidó rellenar el depósito secundario de gasoil y en su lugar vertió agua y creían que tenían más autonomía de la real, con el resultado de que el barco se paró sin más.
La buena suerte es que no se encontraban muy lejos de la costa de Castellón. Así que, en vista de que no pasaba ningún barco decidieron echar un bote al agua y llegar a tierra. El periplo no acaba ahí, puesto que los fareros y un marinero, tuvieron que remar durante casi tres horas hasta llegar al puerto de Castellón. Hay que decir que la mayor parte del tiempo remó el marinero; lo consideraba su responsabilidad y solo permitía el relevo a Ignacio, cuando éste insistía mucho. Aproximadamente arriban a las 4. a. m., desembarcan en el espigón más exterior del puerto y al llegar a tierra se encuentran con una pareja de guardias civiles que para su sorpresa no les comenta absolutamente nada. Regresan a Valencia en un taxi. El barco se quedó al pairo y el marinero fue a dar aviso de lo ocurrido.
Unos 40 años después, cuando ya vivía en el faro de Peñíscola, había hecho buena amistad con los guardamuelles de Benicarló y Peñíscola, porque la plaza del faro de Peñíscola comprendía los balizamientos de esos puertos y los guardamuelles me ayudaban en el mantenimiento de las balizas o me avisaban cuando no funcionaban, así que solíamos almorzar juntos o tomar café.
También hice amistad con su supervisor, aunque tenía su oficina en Burriana y cuando venía por la zona, solíamos tomar café todos juntos. El caso es que cuando se iba a jubilar, invitó a los amigos de la zona, incluyéndome a mi, a comer en un bar del puerto de Peñíscola.
Después de comer, en la sobremesa, vino el momento de los recuerdos y las anécdotas, también hubo tiempo para hablar de los fareros y sus rarezas y entonces dijo: “Yo en mi juventud era patrón de un remolcador en Gandía y en una ocasión, cuando estaba de cursillo en Barcelona, nos dijeron que teníamos que salir urgentemente hacia las islas Columbretes para llevar a unos fareros. Yo no podía ir, así que llamé al marinero que hacía de primer oficial para que fuera él”. Y contó esta misma historia, pero desde el punto de vista de la tripulación, con detalles técnicos que ahora no recuerdo.
Yo en ese momento no dije nada, aunque estaba muy asombrado por la coincidencia. Al final, cuando contaba el episodio del bote dijo:… Y yo le dije:
-“Agustín, pero hombre, ¿como se os ocurrió arriar el bote? ¿no podíais esperar a que os vinieran a buscar?
-Y me contestó: Perque hi havien xiquets.”
Lo que no se esperaba es que yo exclamara: ¡Pues el niño era yo! Bueno, al menos uno de los dos niños.