¿A quién no le llaman la atención los faros? Ya sea por curiosidad, admiración, amor respeto o, por qué no decirlo, miedo. Tienen ese punto entre romanticismo e inquietud que resulta irresistible. Me gusta pensar que, aunque son elementos creados por el hombre, se han mimetizado con la naturaleza.
Hace diez años mi vida dio un giro, y como mucha gente, yo también necesitaba un faro al que dirigirme. Así nació este cuento. Lo envié a una editorial sin esperanza, pues no había publicado nada. Y la sorpresa vino cuando aceptaron el texto. El editor fue quien me sugirió a Sonia Sanz como ilustradora, y no pudo estar más acertado. La magia surgió al instante. El trabajo fue tan absolutamente enriquecedor. Dividimos el texto para cada una de las ilustraciones y comentábamos cada una de ellas. No tuvimos ni una sola discrepancia. Era importante tener muy claro el concepto, pues Sonia lustra a mano, en acuarela, sin efectos digitales. Un método laborioso, por eso podíamos permitirnos hacer mil pruebas. El resultado está a la vista. Imagen y texto empastan de forma sublime.
A partir de entonces, leía libros y veía todas las películas que tuvieran que ver con los faros. Incluso descubrí que existen faros de tierra, llamados Humilladeros. Construcciones en forma de columna o cruz (cruceiro) que se situaban a la entrada o salida de los pueblos. Algunos tenían arriba del todo una imagen de un santo o una virgen con una vela encendida. Estos “faros” servían a los caminantes para orientarse de noche.
En cualquier caso, los faros ya son parte de mi educación sentimental. Tras «El faro de los corazones extraviados» llegó otro cuento, «Indy, una moto de cuento». Fue entonces cuando di el salto a la literatura de adultos con mi primera novela «La maleta de Ana», una historia sobre mujeres españolas emigrantes en los años sesenta y setenta en Alemania. Un año y medio después se publicó «Más rápida que la vida», una historia sobre un personaje real, Dorothy Levitt, la primera piloto de carreras del Reino Unido. Pero he seguido escribiendo cuentos. Tengo unos cuantos en el disco duro de mi ordenador esperando ver la luz. Ahora estoy escribiendo mi tercera novela, la biografía novelada de una mujer fascinante que tiene 96 años y es mi vecina. Vivió dos guerras, un exilio y mucho más… Hasta aquí puedo contar, jejeje. Pero soy una persona curiosa y me gusta escribir de todo. Todos hemos crecido con los cuentos. Fueron nuestras primeras lecturas, nuestras primeras narraciones orales incluso antes de aprender a leer.
En estos momentos de incertidumbre, miedo y encierros, si queréis encontrar un faro, sólo tenéis que buscar en las estanterías, coger un libro, abrirlo y dejar que su luz os guíe. Porque esa luz no se apagará nunca.
Celia Santos