Os presentamos la octava entrega de Las Luces del Largo, una serie de “reseñas” realizadas por Edgar Max, dibujante y creador de Bill el Largo (de ahí el título). Edgar ha escogido algunos de los muchos libros que ha leído sobre faros y los va a comentar desde una perspectiva muy singular.
8.- Cuaderno de faros
(Jazmina Barrera)
Me lo recomendó un amigo, uno de estos que escriben cosicas y encima se las publican, otro amante de los faros. A él, a su vez, se lo había hecho llegar otro amigo sabedor, supongo, de su infame filia. Así funcionan estas cosas, claro.
Me hice con él en cuanto pude y devoré este “Cuaderno de faros” en un par de ratos de insomnio. Aunque “paladeé” hubiese sonado más apropiado, la verdad. A caballo -de espuma- entre el ensayo, el libro de viajes y el diario más introspectivo, las páginas de esta obrita están repletas de faros visitados por la autora y faros leídos por la autora: experiencias, impresiones y faros literarios se funden en una narración de ritmo sincopado que se lee con el mismo deleite que puedas sentir al encontrar un viejo álbum de fotos que creías perdido con tus propias vivencias de juventud. Y es que, aunque conozcas los faros de los que habla, -por haberlos visitado en vivo o en libro-, la voz de Jazmina Barrera los pinta de color sepia, -el de “su” nostalgia-, en tu mente. Y si no los conoces, tras haber leído el libro, creerás haberlos visitado tú mismo. Como si te hubieran implantado apacibles recuerdos con la máquina aquella de Total Recall.
En sus páginas redescubres a viejos amigos, como los Stevenson por ejemplo, y haces paradas en lugares comunes; lugares semióticos, mapas emocionales por los que sientes que has transitado años atrás, reflexiones que, quizá, nos hayan asaltado a todos los que, de alguna forma, “coleccionamos” faros… Esas reflexiones de la autora parecieran pertenecer a otro mundo, uno sin teléfonos celulares ni internet; uno donde Walt Whitman todavía se pasease por los bosques componiendo poemas y a cada vuelta del camino, en un claro en la fronda, un pintor paisajista estuviese descorchando una botella de vino para un improvisado picnic. Cada párrafo, cada faro, se tiñe de nostalgia y anhelo; aunque se trate de líneas garabateadas en el momento mismo de vivir la experiencia, la nostalgia está ahí ya, como una raíz negra difícil de extirpar.
Creo que he conectado bárbaramente con los escritos de esta autora mejicana, casi escuchando el “click” en mi cabeza; yo, que acumulo cuadernos de bocetos repletos de faros y playas, de acantilados y barcos pesqueros y puertos y bares donde fui inmensamente feliz, sé que todas esas rayitas hechas en el momento sólo son vanas tentativas de eternizar el instante, de congelar ese momento de Nirvana total, de mantener a tu tripulación eternamente joven. Y de mantener, también, los faros llenos de vida, rodeados de gaviotas y barcos pesqueros, y emitiendo su luz por siempre, sin automatismos, gracias a un farero. Así que, pienso, bocetos, tatuajes y canciones son muletas que ayudan a caminar, por lo que nos quede de vida, atesorando los recuerdos más preciados. Hubiese querido que este “Cuaderno de faros”, simpatiquísimo, durase cien o doscientas páginas más; que la autora me comentase por completo las memorias del viaje de Robert Stevenson y Walter Scott, -leídas ya tiempos atrás-, y que hubiese podido visitar cientos de faros más para contárnoslos todos. Porque sé que los recuerdos de estos raticos, leyendo este libro en la quietud de la madrugada, -mientras la tripulación duerme, joven y hermosa y llena de sueños-, se alargarían también en mi memoria, congelando así los instantes de felicidad en que ha trocado mis desvelos.
Gracias, Jazmina.
¡Salud!