Brillos fugaces, luces eternas por Diana

La siguiente entrada es obra de nuestra amiga Diana, una gran amante de los faros, cuya vocación frustrada fue ser farera y que ha visitado muchísimos faros. Diana nos habla de la importancia que tuvo en su pasión su abuela pero no queremos desvelar más cosas; así que lo mejor es que leáis vosotros todo lo que nos ha contado. Añadir tan solo una anécdota que no aparece en su texto.

Que en 2019, aprovechando el paso por Essaouria (Marruecos), se acercó al “Phare de Sidi Magdoul”. Desgraciadamente, por temas de seguridad fue de día. Nos ha comentado que el faro es muy bonito iluminado porque tiene tres colores de luz [blanco, rojo y verde] según los sectores a los que iluminé.

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Linterna del faro de Cabo Prior, el mágico lugar que inspiró a Diana

Verano de 2006, A Coruña, Cabo Prior. Ya se había puesto el Sol. Cada vez resultaba más difícil distinguir el paisaje, al tiempo que hacían su aparición las primeras estrellas en un cielo casi raso. No tuvimos que esperar mucho para ver encendido el faro, pero no fue hasta que cayó la noche, que se hicieron visibles sus haces de luz. Uno a uno pasaban sobre nosotros, con una cadencia hipnótica, desapareciendo en la distancia, proyectados hacia esa fina línea que separa cielo y océano y que aquella noche resultaba completamente indistinguible. Allí estábamos, rodeados de oscuridad pero protegidos bajo su luz infinita, con el sonido del viento y el chocar de las olas que golpeaban las rocas del acantilado.

Había subido al faro de día, y también visto su luz desde diferentes puntos de la aldea, verano tras verano. Conocía perfectamente esos tres característicos destellos cada 15 segundos, pero era la primera vez que estaba a sus pies de noche. Hubiese vivido en ese instante de haber podido. Quizá fue esa serena alegría que sentí minutos antes la que me llevó, en el camino de vuelta, a decidir que quería unir mi vida a una de estas construcciones costeras. Cuidar de un faro y que él cuidase de mí. Una idea que, en la práctica, resultó ser tan romántica como fugaz, ya que poco después leía que el cuerpo de fareros era un cuerpo, tristemente, condenado a la extinción. Mi destino, en ese aspecto, estaba sentenciado antes incluso de soñar con ello: no sería jamás ninguna guardiana de estos vigías de la noche.

Desde aquella noche de agosto he seguido apreciando los faros, buscando su luz siempre que estoy en la costa y emocionándome cuando -por fin- me encuentro con ella, tratando siempre de adivinar y descifrar ese código que les hace únicos, imaginando los miles de posibles escenarios de quienes han visto su luz desde el otro lado, en la oscuridad del mar.

No tengo una explicación lógica, ni soy capaz de identificar un motivo siquiera por el cual empecé a sentir -y sigo sintiéndolo- esa fascinación por ellos. Claro que tampoco la he buscado con demasiado interés. Los faros son mi huida, referente y refugio inalterable, una puerta a otros mundos más amables. La causa de por qué lo sienta así no es más que algo anecdótico en comparación a la felicidad que supone para mí el estar junto a uno de ellos y ver su luz.

Necesitaría varias vidas (¡y otros tantos sueldos!) para visitar todos los faros que tengo guardados en mi lista. En esta misma línea, toda aquella persona que cruce más de cuatro palabras conmigo acabará escuchando, más temprano que tarde, la palabra “faro”. Es simplemente inevitable. Y eso mi abuela lo sabía muy bien, tanto que recortó y guardó los décimos de la serie «Faros de España» que pasaron por sus manos, incluyendo -como no podía ser de otro modo- el del Cabo Prior. Nunca visité ninguno con ella, pero se alegraba cada vez que le enseñaba una fotografía de alguno en el que había estado. Sonreía y, señalando la pantalla en la que aparecía la imagen, decía:

  • ¿Y tú? ¿Tú dónde estás? Que no te veo.
  • ¿Yo? Pues… ¡sujetando la cámara!
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Homenaje a la abuela de Diana que se molestó en recopilar estos faros para su nieta.

Los faros me han regalado cantidad de momentos que guardo con todo el cuidado que me es posible. Instantes más o menos fugaces en mi memoria, algunos ya reducidos a simples fotogramas con el transcurso de los años, aunque siempre sin perder su brillo. La ilusión de verlo por primera vez. La duda de si volveré algún día. Que se encienda. Que se encienda y se detenga el tiempo.

Gracias a todas aquellas personas que han cuidado, y siguen cuidando, de ellos.

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Fanad Head lighthouse otro de los innumerables faros que ha visitado Diana.

Y gracias a ti, Diana, por hacernos partícipes de esta narración tan emotiva. Es lo más parecido a un cuento.