Continuamos publicando las colaboraciones de nuestros seguidores. En esta ocasión os traemos una historia escrita con mucho sentimiento y que la autora Carina Carloni, Cari, no quería que viese la luz. La hemos convencido y os la mostramos.
Cari es una psicóloga argentina, que participa activamente en las redes sociales buscando y compartiendo información sobre todos los faros del mundo. Ha tenido la suerte de ver faros tanto en Europa como en Sudamérica. Además, ha compartido sus fotografías con nosotros y ahora nos deleita con esta historia personal. Muchísimas gracias Cari por dinamizar el #TeamFaros.
Faro San Ignacio, Punta del Este, Uruguay
Lugar, espacio, tiempo… En aquella inmensidad oscura, donde nada se ve, donde uno se siente abandonado al azar, a las inclemencias del mar, donde uno podría darse por vencido o continuar navegando, confiando en cierto instinto interno que por allí, en algún lado debe o debería haber una luz que vuelva a iluminar y guíe hacia la plácida costa.
Llegando a San Ignacio, calles pequeñas, negocios entre una mezcla de espacios de regalería y lugares para comer, calles que se apiñan hacia la costa como si fuera un pequeño pueblito en el Mediterráneo; pero no, es frente al Atlántico. Casi al final del camino, se ve en pie una estructura hermosa, prolija, delicada en medio de acantilados de piedras que llevan a treparlos y escalar; encontrarse con la fuerza de las olas que golpean y salpican. Allí el Faro San Ignacio, Punta del Este, Uruguay. Por esas cuestiones de la vida, no pude subir, pero me di el gusto de recorrer su base, su playa.
Un espacio donde el mar se calma, porque es una bahía, tras esas rocas inmensas se filtra el mar cual arroyo calmo y así llega con algas pequeñas y olas suaves, dejo mis manos en el agua, admiro la transparencia, arena mezclada con pequeñas piedritas. De esa calma trepo al furor de las olas.
Voy de roca en roca, grandes, inmensas, veo entre ellas como se filtra el mar, llego a la más alta y me siento y casi casi desafío al mar: “golpea más fuerte, salpica más fuerte, aquí me sostienen las rocas”, el mar espumoso no se detiene, hasta es tentador, una espuma que acolchona, así también la fortaleza de sus olas es tremenda. Me quedo sentada allí un largo tiempo; a mis espaldas el Faro, cual vigilante, me está cuidando y está allí, es mediodía, hace calor y disfruto de este preciado momento. Me deslizo entre las rocas hacia la playa, me descalzo y camino entre la calidez del agua y la transparencia. Subo hacia la base del faro e intento la foto, siempre tan difícil de hacer, que me vea yo, que se vea el faro completo, bueno algo intermedio me conforma. No puedo creer que San Ignacio termine allí.
Pienso y reflexiono: Menos mal que está allí, con semejantes rocas que se extienden hacia el mar, cualquier barco, velero, lo que sea se vería atrapado entre las vibrantes olas espumosas y las implacables rocas.
Gracias, Faro San Ignacio, te saludo, porque estarás allí siempre, cuidando y preservando que nadie quede atrapado entre las rocas; gracias.
Cari