Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (7ª parte)

Finalizan los relatos sobre los recuerdos fareros de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, farero en algunos de los faros del levante español. Hemos disfrutado de unas historias muy interesantes contadas por el propio autor de las mismas. Antes de dar paso a la segunda parte del quinto relato queremos agradecérselo, puesto que nos ha hecho partícipes de sus vivencias en los faros.

Semana Santa (años 60) Fin

Los hombres desolados regresan al faro y las complicaciones no acaban con la pérdida del barco sino que aumentan porque se estropea el rectificador del grupo electrógeno. El faro tiene luz, pero solo para uso doméstico mientras que el faro utiliza acetileno como combustible. La radio que tiene el faro es un modelo muy antiguo, concretamente de la guerra de Corea (años 50) reciclada de un tanque americano. Funciona con corriente continua, pero al estropearse el rectificador no hay nada que hacer. Por suerte, entre los enseres rescatados del buque naufragado esa misma mañana estaban las baterías. El farero las utiliza para mandar un S. O. S. hasta que se agotan las mismas. No obtiene respuesta alguna. En vista de que no se puede hacer nada y de que el temporal no amaina, todos los hombres intentan afrontar la espera de la mejor forma posible. A causa de ese temporal, las barcas de pesca que solían faenar por la zona no salen, así que no pueden evacuar a los náufragos. Todo iba bien hasta que se agota el tabaco. Y eso era un gran problema para los fumadores (todos menos yo). ¡Vamos que casi tenían síndrome de abstinencia!

Por otra parte, no faltaban provisiones. El faro disponía de unos frigoríficos de gas butano, por lo tanto teníamos pollo, huevos,  pescado y verduras. Hasta vino teníamos, que tomábamos “prestado” del farero titular que tenía una buena provisión. Y hasta conseguimos cazar un conejo con el filat. (Cosa nada fácil porque el filat, está pensado para cazar pájaros).

Unos días después, coincidiendo con el paso del barco -Correo- que navega desde Mallorca a Castellón, el farero con la ayuda del resto de personas enciende una hoguera con ramas, trapos y alquitrán y uno sube a la torre del faro con una antorcha hecha con una escoba impregnada de alquitrán. La tripulación del barco los ve, pero no se detienen. Este hecho posteriormente se traducirá en una denuncia por omisión del deber de socorro. Según ellos, pensaron que los estábamos saludando.

Unos días después (no recuerdo cuantos) el temporal bajó y llegaron las barcas de pesca, pero no se acercaron a la isla del faro. Así que los náufragos, desesperados, cogieron un pequeño bote que tenía el farero titular y que no ofrecía ninguna garantía, se hicieron a la mar y remaron hasta una barca que estaba cerca de una isla próxima.

Ya nos quedamos solos otra vez, pero aprovechamos muy bien lo que nos dejaron: Con las cañas de pescar (de fibra de vidrio, una modernidad para la época). Agustín se levantaba al amanecer (o antes no sé) y para las 10 ya tenía una gran fuente de pescado frito y si había suerte, calamares. Por cierto, era un maestro de la cocina marinera y con ese pescado hacía un “arròs a banda” que pasados casi 50 años aún no se me ha olvidado.

Con las colchonetas, después de comer, las poníamos en el suelo del patio en la parte soleada y nos dedicábamos a sestear, leer, contar historias de la guerra, de la mili o personales. ¡El paraíso! No recuerdo cuantos días pasaron hasta que por fin, el barco del servicio pudo venir a hacer el relevo. ¡Pero yo no tenía ninguna prisa!

Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (6ª parte)

Este es el último de los relatos sobre los recuerdos fareros de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, farero en algunos de los faros del levante español. Con la quinta historia sobre su infancia en un faro, nos trasladamos de nuevo al faro de Columbretes.

Juan Ángel nos contextualiza sus recuerdos para que nos sea más fácil entender el trabajo de su padre: sus horarios, tareas, etc. y por ende, del resto de fareros. Preparaos para saber qué le ocurrió…

En aquel momento los turnos se realizan de la siguiente forma: un mes en el faro, un mes en casa. Esto no afecta a los suplentes, porque para eso había dos fareros y dos ordenanzas destinados en el faro de Columbretes y entre ellos cubrían el servicio, pero las vacaciones y permisos si las cubría el suplente. Un año (1967) el técnico que estaba de turno pidió 10 días de permiso en Semana Santa. Y le corresponde ir a mi padre a cubrir las vacaciones.

Semana Santa (años 60)

Mandan a Juan Trillo a cubrir una suplencia al faro de Columbretes y decide ir a acompañado de su hijo Juan Ángel.

Apenas llevan una semana en la isla cuando una mañana llega un pequeño velero de madera con dos tripulantes. Éstos echan el ancla y bajan a tierra, se presentan a los fareros; les explican que es el viaje inaugural y que el barquito aún no tiene todos los papeles, pero como son de Madrid y no les quedan muchos días para volver, han decidido venir de todos modos. Pasan el día en la isla y al anochecer vuelven al barco.

En el faro de Columbretes se encuentran en ese momento: el farero y un ordenanza que se llama Agustín Albiol (un pescador que conoce muy bien la zona). Los tripulantes le preguntan a Agustín qué dónde pueden anclar el velero para pasar la noche y éste les explica que dentro de la bahía hay una zona de fondo pedregoso y otra de fondo arenoso y que deben fondear en la parte pedregosa. Como los tripulantes no son capaces de entender las instrucciones verbales y ya está bastante oscuro, quedan de acuerdo en que volverían al barco y Agustín con una linterna iluminaria el lugar adecuado. Y eso hacen…

Alrededor de la 1 de la mañana, el farero y el ordenanza se sorprenden ante la insistencia de golpes en la puerta del faro. Se trata de los propietarios de la embarcación (los dos madrileños). Tras secarse y ponerse la ropa que le prestan tanto el farero como su ayudante, y curarse las pequeñas heridas que tenían, los dos hombres cuentan lo que les ha ocurrido: «unas horas después de echar el ancla, se levantó mar y pensaron que el lugar donde estaban no era seguro, así que buscaron otro sitio donde el mar no diera tan fuerte, pero por desgracia, el fondo era arenoso y el ancla se soltó y el barco acabó colisionando con las rocas».

El temporal siguió toda la noche y cuando amaneció todos los hombres fueron al lugar donde había encallado la embarcación. El resultado era sorprendente. Las fuertes olas habían desplazado el barco dejándolo encajado sobre una roca a unos dos metros de altura. Era una zona de difícil acceso y los fareros vuelven al faro a por cuerdas para descender. Tras bajar a la roca, descubren el estado en el que se encuentra el barco. Sólo tiene una vía en el casco. Deciden coger los utensilios que quedan sin dañar, tales como: cañas de pescar, baterías, el barómetro, unas colchonetas, un tomavistas, etc. y emprenden el camino de regreso al faro para pedir ayuda por radio. Debo confesar que este episodio no lo recuerdo muy bien, porque cuando llegamos me recosté sobre una roca… y me dormí. (Que quieres, solo tenía 10 años y nos habíamos acostado muy tarde).

Después de comer, los tripulantes del velero acompañados por el farero y el ordenanza deciden volver al lugar donde se encuentra la embarcación. Conforme se van acercando por la abrupta costa divisan unos tablones  en medio de la bahía. Sus pensamientos más negativos se confirman al llegar al lugar dónde vieron por última vez el flamante barco de recreo. Todo lo que encuentran son tablones partidos, el mástil hecho añicos, etc.

Continuará…

Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (5ª parte)

Los recuerdos de la infancia de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, {farero en algunos de los faros del levante español} nos parecieron muy interesantes y por ese motivo nos decidimos a compartirlos. Ésta es la segunda y última parte de la cuarta historia que nos contó sobre su infancia en un faro. En la anterior entrada, dejamos a nuestros amigos tras arribar a las islas Columbretes. Vamos a averiguar que le ocurría al faro de Columbretes.

Fallo en el faro de las islas Columbretes (II)

El faro funciona correctamente, simplemente había algo de neblina en la zona y como los de la isla no tenían nada que comunicar, tenían la radio apagada. Así que nos volvemos a casa, pero la mala suerte vuelve a cebarse con nosotros y ocurre lo que todos os estáis imaginando. Debido al exceso de horas de viaje el barco se queda sin combustible; pero no sólo eso, sino que algún marinero inexperto o por desidia olvidó rellenar el depósito secundario de gasoil y en su lugar vertió agua y creían que tenían más autonomía de la real, con el resultado de que el barco se paró sin más.

La buena suerte es que no se encontraban muy lejos de la costa de Castellón. Así que, en vista de que no pasaba ningún barco decidieron echar un bote al agua y llegar a tierra. El periplo no acaba ahí, puesto que los fareros y un marinero, tuvieron que remar durante casi tres horas hasta llegar al puerto de Castellón. Hay que decir que la mayor parte del tiempo remó el marinero; lo consideraba su responsabilidad y solo permitía el relevo a Ignacio, cuando éste insistía mucho. Aproximadamente arriban a las 4. a. m., desembarcan en el espigón más exterior del puerto y al llegar a tierra se encuentran con una pareja de guardias civiles que para su sorpresa no les comenta absolutamente nada. Regresan a Valencia en un taxi. El barco se quedó al pairo y el marinero fue a dar aviso de lo ocurrido.

Unos 40 años después, cuando ya vivía en el faro de Peñíscola, había hecho buena amistad con los guardamuelles de Benicarló y Peñíscola, porque la plaza del faro de Peñíscola comprendía los balizamientos de esos puertos y los guardamuelles me ayudaban en el mantenimiento de las balizas o me avisaban cuando no funcionaban, así que solíamos almorzar juntos o tomar café.

También hice amistad con su supervisor, aunque tenía su oficina en Burriana y cuando venía por la zona, solíamos tomar café todos juntos. El caso es que cuando se iba a jubilar, invitó a los amigos de la zona, incluyéndome a mi, a comer en un bar del puerto de Peñíscola.

Después de comer, en la sobremesa, vino el  momento de los recuerdos y las anécdotas, también hubo tiempo para hablar de los fareros y sus rarezas y entonces dijo: “Yo en mi juventud era patrón de un remolcador en Gandía y en una ocasión, cuando estaba de cursillo en Barcelona, nos dijeron que teníamos que salir urgentemente hacia las islas Columbretes para llevar a unos fareros. Yo no podía ir, así que llamé al marinero que hacía de primer oficial para que fuera él”. Y contó esta misma historia, pero desde el punto de vista de la tripulación, con detalles técnicos que ahora no recuerdo.

Yo en ese momento no dije nada, aunque estaba muy asombrado por la coincidencia. Al final, cuando contaba el episodio del bote dijo:… Y yo le dije:

-“Agustín, pero hombre, ¿como se os ocurrió arriar el bote? ¿no podíais esperar a que os vinieran a buscar? 

-Y me contestó: Perque hi havien xiquets.”

Lo que no se esperaba es que yo exclamara: ¡Pues el niño era yo! Bueno, al menos uno de los dos niños.

Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (4ª parte)

Seguimos compartiendo los recuerdos de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, farero en algunos de los faros del levante español. Esta es la cuarta historia que nos contó sobre su infancia en un faro. En esta ocasión, nos trasladamos al faro de Columbretes.

Fallo en el faro de las islas Columbretes (I)

Cinco años después nuestra familia farera, los Trillo, reside en Valencia.

Una tarde noche de verano saltan las alarmas. No (se ve y parece que no) está encendido el faro de Columbretes. Como no pueden comunicarse con la isla por radio, dan por supuesto que está estropeada o que el rectificador de siempre ha vuelto a fallar. El Ingeniero Jefe decide que hay que comprobar el funcionamiento del faro como sea. El chófer de la Jefatura, con el coche oficial, llevará a los fareros a donde consideren necesario. Mi padre me lleva con él, porque en principio, sólo era un paseo.

Así que deciden ir a las cuestas detrás de Oropesa, donde de día se pueden ver las islas a simple vista, para intentar ver el faro desde allí. Por desgracia, no se ve. Se informa al Ingeniero, que toma la decisión de que los fareros vayan lo más pronto posible a Columbretes y  vean lo que ocurre; si les ha pasado algo a los de la isla y por si acaso, que lleven un rectificador de repuesto.

Por causas que desconozco, la forma más rápida de ir en ese momento, era con un remolcador que estaba en el puerto de Gandía. Dada la hora que era (más de las 10 de la noche) vuelven a casa y para aprovechar el día acuerdan salir a la cuatro de la mañana hacia Gandía. Mi padre me pregunta si aún así quiero ir y desde luego le digo que sí; no voy a perderme esta aventura por un poco de sueño…

El chófer de Jefatura, acompañado de su hijo, un chaval un poco más joven que yo, nos recoge a esa hora a nosotros y al otro farero, Ignacio Ulecia, y nos dirigimos hacia el puerto de Gandía. Llegamos a las seis de la mañana y para nuestro disgusto el puerto no abría hasta las siete. A esa hora, pudimos acceder al barco y nos encontramos con que el patrón del remolcador se encuentra de vacaciones y es reemplazado por un marinero de confianza pero inexperto. ¡Ojo! este dato que parece intrascendente tendrá consecuencias en la navegación…pero no adelantemos acontecimientos y sigamos narrando el relato.

A la falta de pericia del marinero se le añade otro inconveniente si cabe más grave… la brújula {o compás} está desviada casi 50 grados; pero eso no lo sabían. Y al marinero le habían dicho que era fácil llegar a las islas: solo tenía que ir al Norte hasta la altura del puerto de Castellón y después al Este. No tenía pérdida. Así lo hacen, navegan hasta Castellón y luego viran hacia el Este; pero no van en la dirección correcta, es decir, es realidad van hacia el Sureste.

Desde Castellón deberían tardar unas cuatro horas en llegar, pero pasa el tiempo y no avistan las islas ya cuando el sol cae, un marinero se sube a la parte de más alta del barco con unos prismáticos y gracias al reflejo del sol en el islote más alejado del archipiélago (llamado el Bergantín o Carallot), conseguimos situarnos. Tras percatarse del tremendo error, rectifican su rumbo y llegan tras ocho horas navegando a la isla principal, cuando ya es noche cerrada.

Continuará…

Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (3ª parte)

Continuamos compartiendo los recuerdos de infancia de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, farero en algunos de los faros del levante español. Seguimos contando otras anédoctas que vivió durante las vacaciones tanto de Semana Santa como de Navidades.

Más recuerdos de la infancia

En 1966 ya vivíamos en Castellón y en el mes de agosto le tocó a mi padre suplir el Faro y Balizamiento del Puerto de Castellón. Como en Vinaroz, la vivienda de los técnicos no estaba en el faro sino en una casa dentro del puerto, ésta consistía en un pequeño edificio  de forma cuadrada de dos plantas, la superior era la vivienda del farero titular y en la inferior estaba la sala de máquinas y la vivienda del Suplente. Era una casa muy bonita, el recibidor estaba adornado con azulejos de tonos azules, las ventana eran grandes y las de la planta inferior quedaban cerca del nivel de la calle (tanto que se podía escapar uno fácilmente por ellas). Así que aunque residíamos relativamente cerca del faro, nos fuimos todos a vivir a aquella vivienda: mi padre, mi madre, mis dos hermanas y el marido de la mayor.

Los días en ese mes los dedicaba por las mañanas a acompañar a mi padre a revisar las balizas, a cuidar de mi hermana pequeña, a acompañar a mi madre a comprar y a leer. Siempre me ha gustado mucho leer, era un habitual de la biblioteca y era capaz de ir desde el Grao hasta Castellón en bicicleta para cambiar un libro. Me gustaba especialmente Enid Blyton y la serie de novelas “Los Cinco”, las novelas de Tarzán, sin despreciar a Emilio Salgari y desde luego tebeos.

Por la tarde hacíamos la siesta y después iba a pescar al muelle, con suerte irregular tirando a mala. Allí me ocurrió un incidente que aunque no fue nada, aún me pone los pelos de punta, mientras iba a poner el cebo en el anzuelo se me escapó de la mano y el viento lo hizo volar de forma que me entró en el ojo, por debajo del parpado. Por fortuna, no se me clavó y lo pude sacar con cuidado y mucha sangre fría, que no sé de donde saqué.

Aparte de eso, como no había televisión, jugábamos largas partidas de cartas  hasta la hora de cenar o íbamos a pasear por los alrededores. En el recibidor había una planta de jazmín y su aroma en los largos anocheceres de verano, son uno de mis mejores recuerdos.

Por cierto, que esa casita debió ser derribada, porque aunque trabajó en el Puerto de Castellón, no he podido situarla y ni los más viejos del lugar son capaces de decirme donde estaba. Aunque ahora que lo pienso ¡el más viejo del lugar soy yo!

Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (2ª parte)

Seguimos compartiendo los recuerdos de Juan Ángel Trillo, uno de los hijos de Juan Trillo, farero en algunos de los faros del levante español. Esta es la segunda historia que nos contó sobre su infancia en un faro.

Recuerdos de la infancia

Como hijo de farero mis recuerdos son diferentes a los de otros niños de mi edad. Mis vacaciones tanto de Semana Santa como de Navidad las pasaba en compañía de mi familia en un faro, salvo que en Navidades a mi padre le tocase ir a suplir porque entonces él iba solo, ya que los faros en invierno suelen ser fríos y húmedos y quería ahorrar esa incomodidad a la familia. Así que alguna Navidad fue bastante triste sin él; sin olvidar, por supuesto, que en los meses de verano tampoco lo veíamos.

Por las mañanas, solía madrugar para acompañar a mi padre y a su ayudante a pescar. Alrededor de las 7 de la mañana salíamos los tres en un pequeño bote y regresábamos aproximadamente sobre las 11 con la comida del día o si eran muchas las capturas con la de varios días. 

Por las tardes, me dedicaba principalmente a cazar conejos, aunque siendo sinceros en todo el tiempo que pasé en los faros no logré atrapar más de dos o tres piezas. Un escaso bagaje teniendo en cuenta la cantidad de meses que he pasado allí.

Otra de mis aficiones era la caza de aves con la técnica de -filat-. Una técnica está muy arraigada en las islas Baleares. Consiste en una red con forma de (dos rectángulos atada a unas cañas que se abaten una sobre otra al tirar de una cuerda y una “piqueta” con agua y el cazador lo único que tiene que hacer es cerrar la red cuando bajan  los pájaro a beber). Esto se me daba un poco mejor pero tampoco mucho. [Esto solo podía hacerlo en Columbretes].

El resto del tiempo lo dedicaba a leer, bañarme, recorrer los senderos y aún me sobraba tiempo para ayudar a mi padre en las tareas del faro, por lo que aprendí todo lo relacionado con el funcionamiento de esas luces que en aquel momento no significaban nada para mí salvo unas vacaciones exclusivas.

Como curiosidad, queremos comentar que Juan Ángel, nuestro protagonista, cuando contaba con unos cuatro años, descubrió los efectos de la electricidad en su cuerpo. Resulta que: actualmente los destelladores de la balizas están en la propia baliza, pero entonces no; bueno en las de gas sí; el caso es que los destelladores de las balizas de Vinaroz estaban en nuestra vivienda que tenía una habitación que llamábamos “Sala de máquinas” donde se encontraba el grupo electrógeno y dos destelladores, que consistían en un pequeño motor eléctrico que hacía girar un disco de baquelita con muescas el borde y unas levas que cuando caían en una muesca cerraban el circuito y activaban la baliza, naturalmente esas levas estaban en tensión. Una tarde, desobedeciendo a su padre, se coló en la sala de máquinas  y se le ocurrió tocar una leva con un ganchito metálico. Tras sufrir una pequeña descarga cambió su conducta y tocó el aparato con una pequeña pinza de madera, percatándose entonces de los materiales  son o no conductores de electricidad. Afortunadamente para él, la corriente entonces era de 125V y el latigazo no fue muy fuerte. ¡Tan débil que repitió la gracia varias veces!

Mi infancia en los faros por Juan Ángel Trillo (1ª parte)

Tenemos una novedad en el blog. Se trata de la publicación de cinco historias reales contadas por el hijo de un farero. Son vivencias únicas, narradas desde el recuerdo y con mucho afecto hacia la profesión de su padre, Juan Trillo.

Nosotros tuvimos la fortuna de contactar con su hijo, Juan Ángel Trillo, durante la pandemia. Y tras escuchar sus recuerdos, le propusimos compartirlos con todos vosotros. Algo a lo que accedió desinteresadamente. Juan Ángel es el protagonista de esta serie de relatos que iniciamos hoy y que compartiremos con vosotros semanalmente.

Antecedentes

Recuerdo que mi padre trabajaba en el faro de Vinaroz, un faro de 6.º orden, clasificado como faro de descanso. (En realidad no era un faro propiamente dicho, sino un balizamiento). Era el faro  que se reservaba a aquellos fareros que habían estado destinados en un faro aislado durante muchos años y se les ofrecía la posibilidad de desempeñar sus últimos años en la profesión de forma relajada. De ahí, la denominación de faro de descanso. {Mi padre no cumplía esa condición, pero había estado en excedencia y al volver al Cuerpo Técnico-mecánico de Señales Marítimas, era unas de las plazas que estaba libre}. Por eso, mi hermana Blanca y yo nacimos en Vinaroz.

Mi padre, tras una reorganización del Servicio y automatización del balizamiento, se vio obligado a solicitar otro destino y pasó a prestar servicio en la Jefatura de Costas y Puertos de Castellón, en la plaza de técnico Suplente. Su función era suplir a los fareros de la provincia durante las vacaciones o en cualquier otra eventualidad. Aunque la mayor parte del tiempo estaba en un despacho de la Jefatura de Costas, ocupándose de los asuntos burocráticos relativos a los faros.

Cuatro años después volvió a reorganizarse el Servicio y la Jefatura de Castellón fue absorbida por la de Valencia… Así que nuevo traslado, con las mismas funciones, pero en Valencia.

Recuerdo que el ámbito de trabajo era bastante [más] amplio, abarcando los faros existentes entre Peñíscola (Castellón) y Mazarrón (faro de Águilas, Murcia). Gracias a eso pasamos por los faros de Oropesa, Grao de Castellón, Columbretes, Cullera, San Antonio, La Nao, Cabo Huertas, Cabo de Palos y Portmán.