Mi bisabuelo Francisco Bonachera, el último farero de Columbretes

¡Hola!, me llamo Aina y quiero contaros la historia de mi bisabuelo porque he visto que subisteis un dato curioso del lugar dónde fue más feliz… Fue uno de los últimos fareros de la Islas Columbretes (vi en Twitter vuestra publicación sobre un farero que se suicidó antes de ir allí a vivir).

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Panorámica de la isla de Columbrete Grande -L’Illa Grossa- y el faro

Mi bisabuelo, llamado Francisco Bonachera Vázquez, fue apodado “el hombre más feliz del mundo”, puesto que a todo aquél que llegaba a la isla le ofrecía comida y sitio para descansar: Le gustaba mucho vivir en aquella isla rodeado de su familia.

El entomólogo Francesc Español Coll descubrió 62 nuevas especies de artrópodos y moluscos en las islas Columbretes en un estudio realizado durante los meses de abril y mayo del año 1958. Entre ellos un artrópodo endémico, Alphasida (Glabrasida) bonacherai.  Probablemente, gracias a la colaboración de mi bisabuelo en la localización de estos escarabajos el entomólogo lo denominó con su apellido. Hay que recordar que algunos de los ejemplares que encontró estaban en el camino de acceso al faro, por lo que mi bisabuelo estaría harto de verlos. Considero que este es uno de los datos curiosos del lugar.

Mi “iaio”, Francisco Bonachera, se crió allí y contaba como en los días de tormenta la isla quedaba parcialmente sumergida por el mar, solo la zona del faro quedaba fuera del agua atrayendo a los rayos…

Más cosas que os puedo contar:

  • Le pusieron el nombre de Columbretes a la isla porque estaba llena de culebras. También había muchos escorpiones. Cuando empezaron a frecuentarlo los marineros acabaron con todas las culebras de allí, ahora solo quedan los escorpiones…
  • Los contrabandistas escondían el tabaco allí, en las minicuevas que hay por las rocas; y así, surgió la leyenda de que unos piratas habían escondido un tesoro… Mi “iaio” que creció nadando en sus aguas nunca encontró nada.
  • En la isla vivían solo tres fareros y sus familias. Aquel sitio era muy solitario, y en teoría un barco con provisiones tenía que llegar cada 10 días, pero la realidad es que con suerte una vez al mes llegaba la barca debido a las corrientes y al mal tiempo. Por este motivo, plantaron un huerto de patatas y llevaron conejos y gallinas para poder comer. Años más tarde, esto fue criticado por los ecologistas porque decían que era cargarse el ecosistema de allí, pero la realidad es que si no hubieran hecho eso, hubieran pasado mucha más hambre.

Mi abuelo se jubiló en julio de 1974 y antes de trabajar en este faro lo hizo en el de Finisterre en Galicia.

Aina se despide de todos nosotros dedicando esta historia a su “iaia” Lolín, puesto que es ella quien se encarga de mantener viva la luz de los recuerdos.

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Aprovisionando el faro de peces y de viveres
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Mi bisabuelo en la escalera de subida al faro

Gracias, Aina, por contarnos estos recuerdos. Ahora sí que podemos afirmar que no se perderán.