Queremos compartir con todos vosotros otro relato escrito por nuestro amigo Fran Sanabre. En esta ocasión, nos transporta con una historia conmovedora a -Fanad Head-, un hermoso faro irlandés .
Fanad Head
Cada año tenían una cita al anochecer en el faro de Fanad Head y cada año, Samuel repetía el mismo ritual: Ducha fría, barba arreglada, traje impecable y camisa blanca, esa camisa que a ella tanto gustaba. Llenaba una cesta de picnic, compraba flores y partía en coche desde Donegal. La civilización iba quedando atrás para dar paso a prados verdes llenos de ovejas, y un viento constante. Para llegar al faro lo hacía a través de angostos caminos por los que apenas pasaba un coche. Rezaba para no encontrarse con otro de frente. Una vez en el faro podía notar la fuerza del Atlántico, era como entrar en otro mundo. De no ser por el helipuerto, recién pintado, todo parecía estancado en el tiempo. Samuel era muy feliz allí. Recogió su llave en recepción, pues existía la posibilidad de alojarse en el faro. Dejó la cesta y las flores, cenó pronto y dio un paseo cerca de los acantilados viendo el atardecer en el mar. Unos delfines saltaron y una ballena asomó el lomo, expulsó una gran nube blanca y se sumergió dando un coletazo. Un espectáculo.
El sol se escondía tras el horizonte y Samuel observaba impaciente, contando cada segundo hasta el destello verde. Cuando no quedaba día, se encendió la linterna del faro de Fanad Head. Era el momento. Fue a su habitación y espero sentado a los pies de la cama con el ramo de flores en la mano. Alguien tocó a la puerta. Era ella.
- Feliz Samhain, Samuel.
- Feliz Samhain, Eileen.
Y se besaron, y se abrazaron, y a los pocos segundos todo era ropa por el suelo, pasión desenfrenada y una habitación abarrotada de suspiros, sonrisas y miradas. Hicieron el amor durante horas empañando cristales, empapando sábanas, recorriendo sus cuerpos, saboreando el aliento del otro, aprovechando cada segundo como si fuera el último. Y en mitad de la noche, corrieron desnudos por el prado. La luz del faro acarició sus siluetas, sus pieles blancas, y el viento jugaba insolente con la roja melena de la bella muchacha. Sacaron la cesta de picnic, comieron Barm Back, queso, fruta y mermelada. Hablaron y rieron enamorados. Faltaba poco para el amanecer. Volvieron a la habitación para tumbarse con las caras muy cerca y juguetear con las manos.
- Estoy cansado, Eileen. Ella sonrió.
- Cierra los ojos, me quedaré a tu lado.
El sol entraba por la ventana cuando Samuel Murphy despertó y puso la mano sobre el hueco vacío que había en su cama. La habitación estaba inmaculada. Tras asearse y vestirse, dejó el ramo de flores en un jarrón con agua y cerró la puerta.
Al entregar la llave en recepción le preguntaron:
- ¿Quiere reservar para el año que viene, Mr. Murphy?
- Por supuesto.
- Confirmado: La habitación de siempre para la noche del 31 de octubre. ¡Ah! Su nieta ya está esperando.
La joven, que el día anterior había traído a su abuelo hasta Fanad Head, ahora lo llevaba de vuelta a Donegal.
- Abuelo, no contestes si no quieres, pero ¿es aquí donde murió abuela?
- Sí, enfermó al poco de tener a tu madre. Yo era el cuidador del faro.
- ¿Y vienes cada noche de los muertos? ¿Desde cuándo?
- Desde siempre, hace ya sesenta y dos años.