Las Luces del Largo 9. The Wreckers

Os presentamos la novena entrega de Las Luces del Largo, una serie de “reseñas” realizadas por Edgar Max, dibujante y creador de Bill el Largo (de ahí el título). Edgar ha escogido algunos de los muchos libros que ha leído sobre faros y los va a comentar desde una perspectiva muy singular.

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Algunas de las impresionantes fotografías que ilustran el libro.

9.- THE WRECKERS

(Bella Bathurst)

Hoy hacemos trampa, amigos…

¡Una historia de mares letales, falsas luces y barcos saqueados! reza el subtítulo de esta obra de Bella Bathurst, la penúltima de este ciclo de reseñas invernales marca Bill el Largo. Como adoro las simetrías y las historias circulares, echamos un vistazo a otro libro de la autora de “The Lighthouse Stevensons” -que fue el segundo libro que comentamos por aquí-. Lo más crudo del crudo invierno parece haber pasado ya, al menos por estas tierras, y diez siempre ha parecido un buen número para esta clase de cosas. Así que vamos a ir cerrando esta extraña historia de libros ajenos, retales de luces y mares embravecidos.

En castellano la palabra “raquero” no se aproxima ni por asomo al significado del término anglosajón “wrecker”, del que se supone que procede y que designa a un tipo muy específico de saqueador: el que roba o se aprovecha de los cargamentos de los buques naufragados; gentes costeras que hacen su vida andando al raque, sobreviviendo gracias a los naufragios que tormentas y escollos les enviaban. En ocasiones, -aunque es complicado de demostrar pero las leyendas así nos lo han hecho creer y la literatura así lo ha grabado en el imaginario colectivo-, parece que algunos llegaban a encender falsas luces (oscilantes linternas en lo alto de acantilados para simular las luces de otro velero, por ejemplo) para que algún barco equivocase su ruta y embistiese los traicioneros bajíos de rigor. Si habéis leído “Jamaica Inn” de Daphne du Maurier o visto la adaptación al cine de Hitchcock, ya sabéis de lo que hablamos (y si sois lectores fieles de FDT, también)…

Bella repasa la legislación sobre el tema desde sus oscuros orígenes hasta la actualidad y visita las costas más asesinas del Reino Unido, los lugares que sólo con nombrar hacen santiguarse a los capitanes de navío más veteranos. Es un relato apasionante, y aunque puede parecer a veces que se está estirando más de la cuenta con entrevistas que quizá no aportan gran cosa o divagaciones acerca del destino de las carcasas de las ballenas varadas, es un auténtico placer para los que escapamos de la realidad con estas cosicas. Con ella de la mano -vieja amiga ya si has leído su libro sobre los Stevenson- visitamos los arenosos bajíos de Goodwind Sands, en la costa este; el tormentoso Pentland Firth del brumoso norte; las islas Scilly y el infame Cornualles, donde estaba (y está) la Posada Jamaica, la novela que asoció para siempre ese rincón de Inglaterra con esta extraña forma de piratería.

-Entonces, a ver si lo entiendo… ¿es este un libro sobre faros, Largo, o qué?-interrumpe un lector convulso.

Pues no, la verdad. Ésta vez hago de trilero. No sale ni uno.

Pero no podía faltar en este listado de libros de faros por ser, precisamente, el negativo necesario, el lado oscuro, lo que sucede en ausencia de luces. Si los Stevenson fueron una saga familiar de “héroes” salvíficos, los “Wreckers” son los villanos que medran en la sombra y la desgracia, los que acercan el cuchillo a la garganta del marinero a medio ahogar. Aunque podríamos descender al abismo del contexto socio económico de cada época y dinamitar esa interpretación de opuestos ramplona, no lo hacemos (Bella no lo hace) y nos quedamos con la búsqueda de ese reverso tenebroso algo esquivo. Tras leer el libro no queda claro si verdaderamente se llegaron a encender falsas luces para “ayudar” a las tormentas a hacer su trabajo o, más bien, los wreckers eran “villanos” en su sentido original, aldeanos, que sobrevivían con las generosas aportaciones de corrientes marinas, ciclogénesis explosivas y alevosas rocas. Queda al arbitrio de la interpretación de abstrusos apuntes judiciales y al pálpito de cada uno…

Más allá del tema principal, -y de la posibilidad de un estudio profundo de las causas políticas del fenómeno-, abunda la información sobre las maneras de vivir y las creencias de los habitantes de estas costas mortíferas. Ahí es donde, en mi opinión, está el tesoro de este libro: en los apuntes que vas cogiendo para apuntalar tus propias futuras historias ambientadas en un mundo donde al náufrago es mejor dejarlo morir, -puesto que Dios es el que envió la tormenta y salvarlo es quebrar SU voluntad-, y donde gente acuciada por el hambre se emborracha y se entrega a bacanales desmedidas cuando toneles y toneles de licor llegan a la costa como un regalo divino; donde las casas están fabricadas con tablones de barcos naufragados y en cada jardín hay un mascarón de proa; donde la cubertería de un granjero de Orkney pueda tener grabadas las iniciales de un capitán de navío y sus sábanas ser de la mejor seda…

Así que no hay faros hoy, sólo hienas marinas, pero los habrá la semana que viene…

¡Salud! 🖤☠⚓

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Ejemplar del libro de Edgar Max

Las Luces del Largo 2. The Lighthouse Stevensons

Os presentamos la segunda entrega de Las Luces del Largo, una serie de “reseñas” realizadas por Edgar Max, dibujante y creador de Bill el Largo (de ahí el título). Edgar ha escogido algunos de los muchos libros que ha leído sobre faros y los va a comentar desde una perspectiva muy singular.

2.- THE LIGHTHOUSE STEVENSONS 

(Bella Bathurst)

Si amáis Escocia y los faros, éste es vuestro libro.

Ahí debería terminar la “reseña”, la verdad, pero voy a teclear algunas estomagantes impresiones más al amparo de la chimenea y la cerveza negra. En estas fechas podría haber elegido reseñar “Cuento de Navidad” de Dickens. Hay un párrafo en el que el fantasma de las Navidades del Presente se lleva volando a Mr. Scrooge para mostrarle cómo celebran las festividades en otras partes del globo y la primera parada es un faro aislado, construido en un escollo, que bien pudiera ser Eddystone o Bell Rock. La espectral pareja contempla cómo los dos fareros cantan devotos villancicos y brindan con grog en armoniosa hermandad. Es bonito. No lo he visto nunca en el cine, pero es una gran escena… El caso es que no voy a reseñar ese libro sino el de Bella Bathurst.

Os aviso que hay spoilers importantes a continuación: todos los personajes mueren, ninguno de los faros que construyen se derrumba, Escocia se une con Inglaterra. ¿Vamos?

Durante muchos años supe, de forma vaga, que los antepasados de R. L. Stevenson habían sido constructores de faros. Probablemente lo leí en algún sitio y desde entonces, simplemente, lo había asimilado como un detalle anecdótico que añadía un aura de romanticismo y aventura indomable a la figura ya mítica de Louis. Cuando visité Escocia y pude ver algunos de los faros que los Stephenson habían construido en las Shetland, casi doscientos años antes, entendí que todo ese salitre, esos paisajes desolados y esas gentes -todavía hoy pintorescas a mis ojos-, eran las que pululaban por muchas de las páginas del que fuera mi autor fetiche. Faros, mares salvajes, islas azotadas por el viento, whisky ahumado y legado vikingo se amalgamaron en mi cerebro en aquellos años forjando un imaginario que quise hacer propio. (De hecho, nombré a un personaje que me habría de acompañar largo tiempo en mis propias obras Bill “el Largo” en honor del Silver de Stevenson). Pero jamás profundicé en la auténtica aventura que fue la construcción de aquellos faros imposibles, como Muckle Flugga, hasta que no cayó en mis manos el libro de Bella Bathurst “The Lighthouse Stevensons” bastante tiempo después.

Lo abordé con la inexplicable aprensión que me generan siempre las biografías, pero bastaron las dos primeras frases para que la venciera completamente: “The ferryman has a hangover. I have a hangover”. Vaya, me dije, ¡este es mi tipo de autora! Y probablemente mi tipo de biografía. Los párrafos siguientes me demostraron que no me equivocaba y, en verdad, las doscientas sesenta páginas se leen en un suspiro (de salitre). Bella entreteje magistralmente la historia de la construcción de algunos de los más emblemáticos y espectaculares faros de Escocia con los dramas y las victorias de una dinastía de ingenieros que se empeñaron en domeñar las costas salvajes de su amado país en aras de forjar un mañana mejor para todos. La autora nos sumerge de lleno en una época crucial para Escocia, (“the Scottish Enlightenment”), que redefinió las características de un país desgarrado entre los convulsos avances del progreso y la revitalización romántica de su pasado. Gracias a ella aprendemos como en una buena clase de historia, -casi sin querer-, acerca de un tiempo en que la ingeniería era sinónimo de aventura, tenacidad y audacia y las ideas de “bien común” y “progreso” no se habían abaratado aún en los tenderetes de los mercachifles de la modernidad.

Página tras página asistimos a las labores titánicas del precursor de la saga familiar de constructores de faros, Robert Stevenson, que consiguió aunar sus deseos de ascenso social y mejora del bien común a base de construir luces en las tinieblas contra viento y marea -of course- y también contra los titubeos de una administración inoperante, los recelos de muchos lores y aún el desprecio de una población costera que se beneficiaba de los naufragios desde tiempo inmemorial. Bathurst nos muestra al hombre, al héroe y al patriarca férreo que dispuso el transcurso de las vidas de sus hijos como una más de sus obras sin perdonar la flaqueza o el error en su prole.

La información técnica que se nos proporciona es fácilmente asimilable y jamás tediosa, los apuntes personales siempre pertinentes -sin lugar a juicios de moral o conducta por parte de la narradora, que más bien parece ser la bisnieta de aquellas gentes narrando de forma nostálgica y admirativa su historia familiar-, y las lecciones de vida inolvidables. Más allá del asombro de los propios logros constructivos en circunstancias imposibles y de las anécdotas que merecerían bellísimas páginas de cómic para ilustrarlas, sobrecogen los detalles humanos, como conocer la vida de Alan Stevenson (tío de Louis), un tipo con una sensibilidad artística y una inteligencia agudísima que le llevaron a ser amigo y defensor de los grandes poetas de su época, -Coleridge incluido-, y que renunció a sus propias pretensiones literarias en aras de satisfacer las ilusiones y esperanzas de su, en ocasiones, tiránico padre. También, por supuesto, es sobrecogedora la ambivalencia que intuimos en Louis, el gran ausente del libro, -el nieto renegado-, al saber que el éxito de sus piratas y la sombra de sus aventuras ficticias habían oscurecido para siempre el trabajo de dos generaciones de héroes auténticos que habían vivido por y para las luces del Norte.

Algunos de los pasajes más emotivos del libro son remembranzas que la autora toma prestadas de los apuntes de Louis, cuando éste escribe sobre las impresiones que los viajes de reconocimiento al norte le generaban, o sobre el abuelo al que no llegó a conocer. A él, a Robert Stevenson, el gran pionero y líder de la familia, le dedica estas líneas imaginando las sensaciones que debieron asaltarle en su lecho de muerte: “But there was something else that would cut him to the quick: the loss of the cruise, the end of all his cruising; the knowledge that he looked his last on Sumburgh, and the wild crags of Skye, and the Sound of Mull with the praise of which is letters were so often occupied; that he was never again to hear the surf break in Clashcarnock; never again to see lighthouse after lighthouse (all younger than himself and the more part of his own device) open in the hour of the dusk their flowers of fire, or the topaz and the ruby interchange on the summit of the Bell Rock”.

Tan hermoso que casi se escucha el embate de las olas y el rascar de la plumilla en el papel…

Finalizada la lectura de esta obra, mi enfoque ha cambiado de tal forma que podría llegar a ver la vida de R. L. Stevenson como el detalle anecdótico, el epílogo exótico, de la verdadera aventura.

En resumen, que si amáis Escocia y los faros, este es vuestro libro.

¡Salud! 🖤☠⚓

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Portada del ejemplar de Edgar Max